EL VALOR DE DECIRNOS LA VERDAD

El domingo en La Revista de La Nación, leí en la última página la sección "Reflexiones" escrita por Teresa Batallanez con el título "El valor de decirnos la verdad".
Me pareció algo bueno, porque siempre he insistido en que por dura que sea la voz frontal, sincera y valiente siempre es mejor que las de falta de coraje para decir lo que siente y que solo confunde y crea desorden interno.
Una vez, un hombre que fue importante en mi vida, me dijo "hay cosas que mejor no decir". Después estudié adicciones y conductas compulsivas y aprendí que "adicto" es alguien que no verbaliza lo que le pasa y por eso lo pone en actos perjudiciales para sí y para los demas. Ahí entendí mucho acerca de sus problemas y la coherencia entre estos problemas y su forma de pensar.
Para reflexionar, copio textual lo escrito por la jefa de Servicios Periodísticos del Exterior de LA NACION.
"Te queda pintado!", dice la vendedora mientras la clienta se mira al espejo el calce de unos pantalones que visiblemente la desfavorecen y no son del talle adecuado.
"Se quedaron fascinados con vos, quedás primero en la lista", exclama alegremente la consultora a un entrevistado al que nunca más volverán a llamar ni para un gracias-por-participar.
"Hace un mes que nos conocimos y no me llama; para mí que no le interesé", llorisquea una chica mientras su mejor amiga le jura: "¡Nada que ver! Estoy segura de que le encantaste; ya te va a llamar".
"No me eligieron para el concurso", dice el hijo. "No te preocupes: vos sos mejor que todos", responde el padre.
O el gastado "no sos vos, soy yo", que sirve a muchos como argumento para terminar una relación.
¿Por qué cuesta tanto decir la verdad? ¿Es temor? A veces. ¿Es hipocresía? Otras tantas. ¿Es respuesta automática? Casi siempre. Son respuestas sin filtro, respuestas para zafar, respuestas para pasar a otra cosa. Productos del facilismo, porque es más simple una mentira prefabricada que elaborar un argumento sensato y cuidadoso para decir lo que para el otro no es tan grato escuchar.
El abuso de la respuesta automática va creando una atmósfera gris, insípida, neutral, donde conviven el permanente "está todo bien" con el método del disimulo, de la mentira piadosa, de la verdad a medias, de no decirlo todo, de quedarse con una parte de la verdad. Sus ususarios se refugian en una falsa idea de bondad o de buenas intenciones mientras se desligan de la responsabilidad que a todos nos cabe frente a la verdad. "Ya se va a dar cuenta solo"; "que se lo diga otro"; "la vida se encargará". Mentira. Padres, hijos, profesionales o ciudadanos: todos tenemos una responsabilidad importante frente a la verdad.
Pareciera que la noción de mentira piadosa amplía su espectro con el correr de los años. Se recurre a la mentira hasta cuando es innecesario, simplemente por un hábito que nos ha distorsionado la estética moral y nos convence de que ciertas mentiras quedan más lindas que la verdad.
Estamos agotados un viernes a la noche, pero cuando un amigo llama para ir al teatro inventamos que acaban de caer los suegros.
Por cuestiones económicas sólo podemos hacer una reunión chica para nuestro cumpleaños, pero nos empeñamos en difundir que no nos gusta festejarlo.
Queremos evitar a un personaje nefasto y decimos que estamos con probable gripe porcina cuando respondemos a una invitación en común.
En algunos casos, hay negación o autoengaño. En otros, faltamos de modo consciente a la verdad.
Las que creemos pequeñas e inofensivas mentiras se van acumulando en nuestro disco rígido cerebral, allí de donde extraeremos información para próximas respuestas cuya estructura de funcionamiento se verá afectada con la mentira como componente de base.
Así vamos armando un entramado donde se dificulta separar lo verdadero de lo falso y se va formando un terreno donde siempre hay una justificación para la respuesta gris, poco jugada, no comprometida o distorsionada.
Y a todos, por más dolor o incomodidad que nos cause, nos hacen mucha falta esas voces valientes, frontales y escasas que tienen el coraje de decirnos la pura verdad.

Argenlandia y los adictos

El informe de Telenoche denominado "Argenlandia" me pareció excelente desde el punto de vista de mostrar como el empresariado puede ser irracionalmente inescrupuloso cuando se mezcla con la política corrupta.
Pero como especialista en coaching con adictos o personas con conductas compulsivas como la ludopatía me parece bueno aclarar que, la persona con esta enfermedad, no se cura porque le saquen el casino. Si no reconoce su enfermedad, jugará a la bolita por dinero, pero jugará.Una persona sale de su adicción o conducta compulsiva cuando reconoce el problema en profundidad. Ese problema no es jugar. Jugar es solo la exteriorización del problema emocional o psicológico que no puede verbalizar.Muchas veces he explicado que adicto es alguien SIN PALABRAS.Lo que no se verbaliza se manifiesta a través de la autoagresión ya sea con sustancias como puede ser el paco o la cocaína, o a través de actos que los perjudican como el juego o la compra compulsiva, por dar un ejemplo.Si bien la tentación genera que la persona saque su adicción a la luz, no significa que el problema profundo y real no esté.Una cosa es la "autoexclusión", es decir, soy adicto, me reconozco como tal, pido ayuda y solicito que me impidan entrar en el casino o en el bingo (esta restricción está en todas estas empresas por obligación... aunque las publicitan poco).Y otra cosa es que llegue, me desespere por entrar y la puerta esté cerrada. Porque si no reconozco que "juego para perder" y no juego para ganar, nunca entenderé mi problema.El jugador busca perder porque su problema está en la baja autoestima, en la falta de afecto y en la falta de proyecto de vida.Si creo que un juego me puede salvar, no se nada de la vida. Y el problema no es el juego, es creer que sin trabajar puedo salir adelante. Y cuando hablo de "trabajar", hablo no de ir a conseguir un empleo sino a trabajar sobre mis fortalezas y mis debilidades.También es cierto que el país que hemos sabido concebir en los últimos 50 años, nos ha llevado a la vagancia y pensar que muchos se enriquecieron haciendo bien poco.Eso ha desgastado la moral, la energía y las motivaciones en la gente.Pero el trabajo pasa por cambiar el modelo de cultura de paìs, no solo por levantar un casino.El problema no es un lugar de diversión que además da trabajo, el problema es el empresario corrupto atras de esa empresa en combinación con el político de turno que quiere que gente "cautiva" para seguir gobernando.En lo personal, cada individuo debe luchar para encontrar su foco y la resolución de sus problemáticas más allá de su contexto. Es difícil, pero muchos han podido. Y eso nos da esperanza.